22 de noviembre de 2008

Vida humana

He sido un hombre afortunado, en la vida nada me ha sido facil. Sigmund Freud


Dicen que el mundo está hecho para los luchadores, 
creo que podríamos tener un consenso en esa frase, pesimistas y optimistas, si acordáramos que aunque luchemos no siempre se gana. Pero que es ganar en realidad, no crean que quiero teorizar al respec
to y desviarme del tema, pero… ¿qué es ganar? Se diría que ganar en este mundo es obtener riqueza material y espiritual.Ambas, una tarea difícil o casi imposible; cada una por separado es más manejable pero eso sí: a prepararse para sufrir por dinero o po
r los sentimientos que nos aborden en la cotidianeidad. 

Debemos escoger; escoger que clase de vida queremos tener. La riqueza material requiere de un binomio de suerte y trabajo duro o, en casos más tristes, de trabajo matador. Matador, matador, te están buscando… ¿no? Son personas que viven para trabajar; claro que los pasamos buscando… porque parecen no estar en nuestras familias, ni en las fiestas ni en ningún lado.

Claro, como decía antes, algunos escogen la riqueza, aunque sea a costas de sus vidas. Otros no les queda más que esa opción. Deben arrastrar sus lazos con la pobreza; deben mantener o ayudar a su linaje. Toda una hazaña humana, si me lo preguntan a mí. 

Existen muchos que esperan que la suerte les llegue y se olvidan del trabajo duro. Un golpe de suerte, es cierto, lo tiene cualquiera pero casi nunca somos. Quizá es la vida más desaprovechada, esperando aquel paso, aquella llamada, aquel billete de lotería, e imaginando por las noches que se tiene, y levantándose en la mañana un nuevo día sin eso.

Casi como cuando agotan los boletos de un concierto, se agotan los días y si no tienes el dinero rápido, ya no habrán boletos y el dinero volverá a ser un papel más con que comprar otros sueños.

Quizá el dinero compré esos ratitos de felicidad, esos instantes de libertad; donde no somos una humanidad que se desvive por conocer de donde viene o para donde va, sino que somos, por unos segundos, los ejes de nuestro mundo y logramos entender nuestra mente simple y tonta que se divierte y se alegra con nimiedades para nuestro planeta.

No quiero sermonear con el consumismo humano, ni con la insatisfacción codiciosa de los ricos, ni la revictimización de los mismos pobres. Sino, dejar en claro que la satisfacción material es casi como un juego de los Sims, una vez que se tiene todo y se compra todo; vuelves a ver a tu familia y está incompleta u enojada contigo. Y la siguiente estrategia sería reconquistarlos pero sin compras el juego ya no se hace entretenido; y probablemente ya se te acabo la vida para entonces.

Así antes de embarcarse en la búsqueda de esta riqueza; juego Sims… solo una vida…

La riqueza espiritual

El otro extremo es la riqueza espiritual, aquella a la que se llega mediante un ser supremo o mediante de una filosofía de vida. Todos tenemos nuestra espiritualidad, a veces es tan fuerte que nos abruma u enloquece (diría yo).
Pero es nuestra manera de ver y comprender el mundo que nos atrapa, y doma. 

La espiritualidad también consume la vida; personas que pasan arrepintiéndose de todo lo que hacen, piensan u dicen. Que intentan guiar a su comunidad o congregación cuando no guían saben tomar las riendas de sus
 vidas. Cuando se auto engañan con respuestas en cajoneras y discursivas para todo. Y a veces se pierden tanto que al final de sus vidas, no entienden porque vinieron al mundo o que hicieron por ellos mismos. No saben quién son porque son parte de un colectivo alienado de nuestra realidad contemporánea.

Pero, ¿son felices? Quisiera creer que sí, que por lo menos es el precio que pagan por automatizar sus vidas. Sí, o por lo menos algunos lo aparentan muy bien, quizá no lloren en las noches por aparentar todo el día ni sueñen en que no deben cargar el yugo de la espiritualidad. Quizá sí lo sean.

La riqueza espiritual es un concepto debatible de todas maneras; porque el espíritu es el motor de nuestro ánimo, en teoría. Así que cualquier cosa que nos ayude a alentar o reavivar nuestro fuerza vital, nos da riqueza espiritual. De esta manera, cuando nos enojamos o peleamos y hasta sentimos como se nos calienta el cerebro; estamos estimulando 
nuestro espíritu. Queremos seguir vivos para por lo menos seguir peleando u odiando a esa o esas personas.

Así, si la riqueza espiritual está en todo lo que nos ayude a ponerle leña al fuego. No deberíamos necesitar un dogma particular. Pero la razón de la búsqueda es más pragmática, es construir un discurso que nos permita un sistema para ser felices. 

Es una marañada “inresolvible” para los que se dejen hechizar por sus ventajas, que se trata de atribuir a un ser supremo o a las fuerzas de la naturaleza cuando cada huella tiene un tinte humano. Esa riqueza l es igual que la riqueza material desbordada. Igual de nociva e igual de atrapante.

La riqueza espiritual no es la nueva ciencia new age de “la autoayuda” sino que es lo que hacemos para vivir. Cada paso que damos, cada movimiento, cada libro canción y obra que apreciamos, todo lo que nos mantiene vivos; esa es nuestra verdadera espiritualidad. 

Cuando hacemos cosas que van en contra de nuestros deseos y creencias, saboteamos ese motor. Cuando mentimos y nos sentimos mal, o cuando somos hipócritas u besamos traseros machacando nuestra dignidad: es ahí cuando realmente nuestra espiritual se va al suelo. Cuando dejamos que nos influencien sobre lo que podemos o no podemos hacer; cuando nos dejamos domar en lugar de domar al mundo a nuestro antojo.

¿Y entonces?

Es por eso que la riqueza material y la espiritual no son compatibles casi nunca; porque para triunfar en el mundo se deben sacrificar muchas cosas que muchos no están dispuestos de sacrificar. Otros encuentran un camino que les permite tener ambas; golpe de suerte para uno y bofetada de desilusión para todo el resto.
Por eso, ¿que el mundo es para luchadores? Claro que sí, luchamos por 
sobresalir, estar a la moda, ser cool, inteligentes y bellos. Luchamos por tener dinero, y nuestra conciencia lucha porque comprender que le produce continuar. Exhaustivo, diría yo, pero que se le va a ser. 

                
                  ¿Por qué...
               lucha usted?

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